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Letra Nueva

El valor de los números en nuestra vida

El valor de los números en nuestra vida

Somos una sociedad de números. Desde pequeños acostumbramos a cuantificarlo todo en vez de cualificarlo; siempre hablamos de las cantidades de las cosas y no de las cualidades de estas. ¿Cuántos años tienes? ¿Cuántos puntos cogiste en las pruebas? ¿Cuántos juguetes tienes?

A veces olvidamos preguntar cualidades de las personas que las definen mejor que los números. Preguntas como ¿Es una buena persona? ¿Es un buen estudiante? y otras por el estilo a veces nos suenan a discurso cursi.

Cuando ya somos un poco mayores la dependencia de los números es mayor: tenemos que convivir con números de cuentas, PIN de celulares, códigos de activación, números de teléfonos y cientos de cifras que a veces nos abruman.

Y si nos miramos hacia adentro chocamos con más cifras: nos sostenemos por una armazón de 206 huesos, tenemos 5 millones de genes, 5 litros de sangre, varios miles de metros de venas, arterias y capilares y 32 dientes. En fin, estamos formados por números, más o menos bien organizados, pero que a veces pasar a regir nuestras vidas en vez de ayudarnos a transitar por sus caminos.

Hace varios milenios, cuando las matemáticas o aritméticas no estaban tan desarrolladas como ahora era sencillo vivir, no había que lidiar con tantos números; tenías un limitado números de amigos, una cierta cantidad de animales a tu cuidado y el número de estrellas en el cielo era (y sigue siéndolo) inimaginable.

Pero el ser humano con su desarrollo social comenzó a contar y plasmar cantidades más grandes por la necesidad de adaptarse al medio ambiente, proteger sus bienes y distinguir los ciclos de la naturaleza y las etapas de siembras.

Todo siguió su ritmo lento, pausado, hasta que llegaron los egipcios, con su sistema decimal, pues estaban adaptados a contar con todos los dedos de las manos. Por otro lado estaban los sumerios y babilonios quienes incorporaron también el sistema sexagesimal: los símbolos de base valen 1, 10, 60, luego 600, 3600, 36000 y así sucesivamente. Este sistema se ha perpetuado hasta nosotros, mediante la astronomía, para las medidas sexagesimales de tiempos y llegaron aún más lejos, a la partición del círculo en 360º. En el otro lado del mundo estaban mayas, aztecas y celtas con sus sistemas de 20, pues contaban con los dedos de las manos y los pies. Todo esto fue un enredo enorme hasta que los romanos impusieron el sistema decimal y llevaron a casi todo el mundo conocido en su época esa forma de dividir los números en subgrupos de 10.

El sistema de símbolos numéricos que actualmente conocemos fue desarrollado por los hindúes, quienes llevaron las cosas un poco más lejos con la invención del cero allá por el año 500, quienes lo denominaban “zunya” cuyo significado es “vacío”. Traducido al árabe esto dio “sifr”, que traducido al latín algunos siglos más tarde dio “zefiro”. Se olvidó el “fi” y se obtuvo “zéro” en francés y “cero” en español. Este “sifr” finalmente designó la colección entera de los símbolos que permiten escribir los números, las cifras: 0, 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9.

Pero ahora esos números que surgieron y se desarrollaron para ayudarnos en nuestro andar como seres inteligentes nos han hecho la vida más compleja, donde la memoria nos juega pasadas a la hora de recodar números y cifras complicadas. ¡Y ahora sí que no alcanzan los dedos de los pies y las manos, como a los mayas, aztecas y celtas!

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