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Ficción

La universidad de mis sueños

La universidad de mis sueños

Era una universidad rara, con pasillos brumosos, escaleras raras y aulas diferentes. Había caras borrosas ya por el tiempo y otras que nunca cambian, aunque quisieran. Estaban los imprescindibles a la hora de hablar de amistades en la Universidad: el Mane, Javier, el Chamaquito, el Poeta, las muchachitas hermosas y fiesteras de Santa Clara, aquella que compartió casi 5 años sentada a mi lado.

Los profes trataban de aumentar su nivel ¿pedagógico? con nosotros, pero no siempre lo conseguían. Algunos compañeros de aula y de fiestas se perdían y siempre estaban buscando una nueva forma de pasar un rato divertido, aunque esto implicara faltar a clases varios días.

En esa universidad borrosa y extraña por fin pude hacer realidad algunos de mis sueños de joven enamorado y me saltaron a la cara otros iguales de hermosos, pero con los que nunca soñé. Incluso andaba por los pasillos tomado de la mano de aquella muchacha a la que una vez en su cumpleaños le regalé un atardecer y le puse su nombre a una estrella.

Entonces cantó un gallo lejano y el amanecer me sorprendió: me di cuenta de que realmente era solo un sueño de verano y que esos días inolvidables de la universidad no volverán, solo quedarán  en nosotros como eso, como sueños y buenos recuerdos.

La esquina de los sueños

La esquina de los sueños

El protagonista de nuestro cuento era un exhausto, deprimido, desinteresado y aburrido profesor de Historia Universal. Cada día salía de su clase y desandaba el camino hacia su casa con la mirada perdida y sin ningún apuro.

En su casa, desabrida, solitaria y algo desaliñada, simplemente se dedicaba a preparar sus clases o visitaba algún compañero de la Universidad o sus familiares en un reparto en el otro extremo de la ciudad.

Pero ese día fue diferente. Llegó a su casa muy cansado y se tiró a descansar en un sofá-cama que tenía en un extremo de la sala, justo al lado del librero. El descanso se convirtió en sueño y el sueño en maravillas.

En esa esquina de la sala, con un rayo de luz que se filtraba por la ventana y los libros al lado casi de su cabeza, comenzó a soñar cosas divertidas, maravillosas, impactantes, surrealistas, inimaginables, desconcertantes y simplemente hermosas.

El profesor se levantó con mariposas en la cabeza y hormigas en los dedos y pensó que la única forma de quitarse esas sensaciones era llevar sus sueños al papel. Agarró la primera libreta que encontró a mano y se dedicó a llevar al papel todas esas ideas que estaban escondidas en los resquicios de su mente y que deambulan por sus sueños minutos antes. Las horas pasaron sin que se diera cuenta y solo se separó de la libreta cuando el dolor de sus dedos se hizo insoportable y todos los sueños que había tenido estaban atrapados en las fibras heladas del papel.

Solo en ese momento se levantó y volvió a su vida habitual.

Al día siguiente, el regreso de la escuela no fue tan aburrido. Ahora veía cosas que nunca antes había percibido, a pesar de que estaban siempre en su camino. Cuando llegó a su casa pensó en lo que le había sucedido el día anterior y se tiró en el sofá a leer lo que había escrito el día anterior. Poco a poco se quedó dormido con la libreta en la cara. De nuevo su mente se llenó de sueños alucinantes, coloridos,  magníficos, sonoros, paradisíacos,  melodiosos, tiernos, emotivos.

Otra vez tuvo un despertar maravilloso y volcó sus sueños en una libreta convertidos en cuentos. Se puso a pensar en lo que le sucedía cuando dormía en el sofá de la sala; era como un lugar mágico, donde su mente se llenaba de cosas que nunca en su vida podría imaginar despierto, un lugar donde todo se podía convertir en realidad, donde la fantasía prevalecía. Si hubiera buscado en el segundo apartado de su librero un libro de Borges que tenía, podría comparar ese lugar de su casa con el Aleph de Borges.

Con el tiempo el profesor tomó la costumbre de regresar del trabajo y tirarse a dormir en el sofá, para luego plasmar todo lo que soñaba en una libreta, que luego que convirtió en un apretado legajo de hojas sueltas, libretas y recortes llenos de cuentos, que más tarde compartía con sus alumnos y compañeros de trabajo. La costumbre se hizo habitual y con el tiempo se convirtió en profesión y sus cuentos fueron editados en un volumen que se llamó “La esquina de los sueños”.

La verdad, una utopía, quizas…

La verdad, una utopía, quizas…

Los soldados lo sometieron a la fuerza. Esposaron sus muñecas y le pusieron una capucha en la cabeza. Solo sintió el último golpe y el tirón.

Cuando le quitaron la capucha estaba en un cuarto sin ventanas y frente a él estaba un oficial vestido de negro, pero sin ninguna insignia. “Necesito que me diga la verdad”, fue lo primero que dijo el oficial. Una y otra vez repitió la misma pregunta, a veces acompañada por golpes.

El prisionero solo se quedó callado y reflexionó sobre cuál sería su respuesta. ¿Cuál verdad le contaría? ¿Qué construía castillos de arena sin importarle el oleaje? ¿Qué una vez intento sembrar una rosa en medio de una avenida? ¿Qué durante mucho tiempo buscó una flor azul? ¿O quizás lo más importante sería que durante mucho tiempo intentó atrapar los colores del atardecer en un lienzo?

Muchas cosas pasaron por su mente en esos momentos. Era posible también que el interrogador quisiera saber acerca de sus luchas revolucionarias, de sus ansias de libertad, los nombres y direcciones de sus amigos revolucionarios. En ese instante se dio cuenta de que había muchas cosas importantes en su vida y casi todas estaban relacionadas. Para él la libertad era una utopía, un sueño por el que luchar, casi igual que mantener un castillo de arena en una playa furiosa.

“Dígame la verdad o no saldrá viva de aquí”, repetía el soldado y reafirmó su exigencia con un golpe a la sien.

El detenido se tambaleó, pero su mirada se iluminó. Decidió contarle toda la verdad.

“Está bien, está bien, contaré toda la verdad”.

“La verdad que ustedes quieren creo que es muy diferente a mi verdad, pero de todas formas se las voy a contar. Por las noches acostumbro a mirar las estrellas y tratar de formar figuras uniendo los puntitos luminosos. Por las mañanas me levanto a respirar el aire del amanecer, que es más puro. Me detengo en los parques a hablar con los niños de cosas triviales y me gusta ver pasar el agua por debajo de los puentes. Pero seguro esa no es la verdad que ustedes quieren, eh?”

Golpes, sangre y más golpes son la respuesta a las palabras del prisionero. Al parecer esa verdad le dolía más a sus captores que las direcciones y los nombres de los colaboradores, que en esos momentos se sentían seguros de que nadie los delataría. Ellos también tenían un alto concepto de la verdad, tan alto como el de la libertad.

Al final el prisionero murió. Tenía una media sonrisa en los labios cuando recibió el golpe mortal que se llevó la verdad con él.

Leidbas y los Ojos del Tiempo

Leidbas y los Ojos del Tiempo

Hace ya demasiado tiempo desde la última vez que nos vimos. Tu rostro ya no tiene forma sino que es parte de un conjunto de sensaciones casi olvidadas y por siempre añoradas.   

Antes de conocerte sólo había conocido a las de tu género como compañeras de aventuras y muy pocas veces, contadas diría, como amantes. A la que más recuerdo es a la Hechicera de la Ciudad Maldita. Como todas sus coterráneas llevaba la lujuria y los malos pensamientos en su sangre, mejor dicho, eran su razón de ser.   

Durante los escasos 300 años que pasamos juntos, los simples humanos dejaron de llamarme Leidbas, el Mago Azul; para ellos era, simplemente, Leidbas el Oscuro. Desde que te conocí dejé de atormentar a los humanos con mis acciones y mis pasos nunca más tuvieron el rumbo de la Ciudad Maldita.  

Cuando llegué a aquella ciudad vestido como un peregrino y te vi cantando y riendo con las de tu sexo en la plaza del pueblo pensé: ¿Quién tuviera la dicha de vivir, aunque sólo sea el poco tiempo que viven los humanos, al lado de una joven como esa?. Cuando miraste hacia el comercio donde me guarecía de sol y nuestros ojos se enfrentaron, supe que algo no estaba bien. La historia de nuestras vidas no siempre estaría en las mismas páginas del Gran Libro del Tiempo.  

Desde ese día comencé a ayudar a ese pueblo; unas veces era la lluvia que regaba sus campos y tú eras el viento que se llevaba las nubes de langostas que arruinaban sus cosechas. Otras veces aparecía bajo mi verdadera forma y curaba algún enfermo grave y tú los alimentabas a todos. Durante algo más de mil años cuidamos de ese pueblo y nos cuidamos el uno al otro, porque sabíamos que los hilos de nuestras vidas algún día se separarían. En ese tiempo, y gracias a nuestra ayuda, surgió la leyenda. Los humanos que vivían en ese valle alejados de las Montañas Blancas decían que eran el Pueblo Elegido y esa, su tierra, era la Tierra Prometida. Para ellos tú eras el Espíritu Santo y yo el Ángel de la Guardia.  

Pero llegó el día en que mis pasos dejaron de ser paralelos a los tuyos y nuestros caminos comunes se convirtieron en simples recuerdos. Desde ese momento he caminado sin mirar atrás, igual que tú, y nunca más nuestros ojos se han encontrado en una mirada. Sólo un día, por casualidad, escuché tu voz; me dijeron: ese es el eco de su canto, pero salió de aquí hace mucho tiempo.   Hace unos dos mil años, cuando dejé de verte y ayudar a ese pueblo, mi nombre no se pronuncia de la misma forma. Dicen que sembré la discordia entre el Pueblo Elegido y sus vecinos. Ahora vivo aislado, aunque de vez en cuando viva algunas décadas en un pueblo fijo y comparta mi lecho con alguna deidad inferior.  

Cada vez que hago algo en beneficio de los humanos enseguida dicen: ¡Oh! ¡Un milagro! ¡Volvió el Señor!. Pero cada cierto tiempo también castigo algún pueblo y entonces se lamentan: ¿Por qué? ¿Por qué a nosotros?. No se dan cuenta de que lo hago por despecho; no me gusta ver  a los humanos felices cuando yo no puedo descansar mi cabeza en tu hombro ni mirar mi reflejo en tus ojos. Por eso de cuando en cuando los castigo y los ayudo.  

Ahora camino de nuevo por el Gran Desierto buscando otro pueblo donde vivir algunos años. Seguiré fijándome en la cara de las jóvenes que bailan  para ver si reconozco tus ojos bajo un disfraz humano. Mis pasos siguen buscando los tuyos mientras mis recuerdos se hacen cada vez más difusos y mi nombre se lee en labios humanos cada vez más esporádicamente. Una cosa sigue viva en mi mente aunque tu rostro se borre; los mil años que vivimos juntos. Ojalá que nuestros nombres coincidan de nuevo en las mismas páginas del Gran Libro del Tiempo.  

He llegado por fin a una ciudad sencilla, donde invitan sin miedo a los peregrinos a coger un respiro bajo un toldo y le brindan alguna bebida refrescante en el mismo vaso donde calma la sed  la hija del dueño del comercio.   

Ella corre y baila en la plaza del mercado con otras chicas y por un momento dirige su mirada hacia donde descanso. Como un relámpago que rompe el silencio de la noche, así mismo me sobresaltó tu mirada. ¿Serán los mismos ojos?. No lo sé pero desde ya pienso vivir muchos años en este pueblo. Dentro de algunos milenios escribiré de nuevo mis ideas; eso si mi nombre no es borrado antes del Gran Libro del Tiempo. Por ahora seguiré buscando tus ojos por aquí.

La Cuartilla derrotada.

La Cuartilla derrotada.

El terror de los escritores del mundo recorre el planeta: una cuartilla en blanco. Dicen algunos que bajó de los espacios siderales, otros, que escapó de un gran centro poligráfico. Todos los aprendices de Cervantes y Shakespeare y de cuanta lengua culta e inculta haya, corren despavoridos a su paso. Se esconden los escritores aterrados tras libreros, críticas y dedicatorias.
  Casi todos le temen y la declaran pandemia universal y principal depredador de escritores, poetas y periodistas.
   Los vientos azarosos del tiempo la llevan de un continente a otro, hasta que llega aquí, cerca de mi casa. Por el callejón del fondo camina aturdido un hombre, hace poco ha discutido con su amada. No es escritor, ni poeta, ni periodista, ni siquiera es estudiante; es simplemente un mecánico de autos.
  Con la mirada turbia y la cabeza gacha choca con el azote de los letrados del mundo. Bajo unas cejas tupidas se ven unos ojos trasnochados. Frente  a él unas líneas perfectas y un rectángulo blanco, traído hasta aquí no se sabe por que azar de la vida. Sin pensarlo dos veces se abalanza sobre ella y la vence, la domina, la subyuga con un pequeño lápiz y unas manos acostumbradas a dominar el acero. "Amada mía: He perdido el norte que me guiaba por este mundo confuso, te he perdido a ti...", el resto aparece sobre la cuartilla de forma espontánea, mágica. Apresurado guarda el lápiz, redentor de escritores, y corre a donde está sentada la amada.
   Cuando llega, las palabras aprisionadas en la cuartilla se convierten en sonidos y salen, claras, transparentes, por su boca. A poco la cuartilla es olvidada y tirada a un lado, derrotada. Un niño pasa por allí y la ve. Sin saber los temores que había causado, ni el amor que había salvado, la coge y en sus manos se convierte en un barquito de papel que navega en una palangana, cual si fuera un mar limitado por bordes de plástico.
   Para asombro de todos los escritores, poetas, periodistas y estudiosos de todas las letras cultas e incultas, La Cuartilla en Blanco, recientemente declarada pandemia universal, fue derrotada por dos personas completamente ajenas a su hermandad, un niño juguetón y un mecánico enamorado.

Ser diferentes es una maldición.

Ser diferentes es una maldición. Arnold desde su juventud se siente agobiado porque todos sus amigos lo molestan por ser izquierdo. Cuando era un simple cachorro de Dalmata nadie lo molestaba porque orinaba sin levantar una pata, y eso es normal, pero el problema llegó cuando cumplió el año y comenzó a levantar la pata para orinar. Ese fue su error, era tanto el deseo de ser un perro grande y mayor de edad que no se dio cuenta de que era zurdo.   Ser zurdo en una sociedad perruna elitista es un signo de inferioridad. Zeus el Doorbeman era muy respetado cuando alzaba su pata derecha y mar marcaba su territorio de trabajo y conquistas femeninas, al igual que Connan el Bulldog. Pero con Arnold era todo lo contrario, incluso Yonny el Salchicha o Loqui el Chihuahua se reían de él cada vez que llegaba a un lugar de reunión canina.   Nadie respetaba a Arnold y el colmo de males llegó cuando los gatos dejaron de temerle. Una cosa es que los de tu especie te discriminen por levantar la pata izquierda para marcar tu territorio y otra, muy diferente, es que los gatos, que siempre han sido animales de tercera categoría después de los humanos, no te respeten. Ese fue el punto culminante en la carrera de Arnold, desde el día que los gatos dejaron de temerle se aisló y llegó a pensar en el suicidio. Tirarse delante de un gusano de hierro, de los que corren por las rayas del suelo, era una muerte rápida, o quizás fuera mejor morder a un humano y coger rabia, para morir lentamente de la infección que provoca morder a un humano.   Después de pensarlo mucho decidió no soportar más las burlas cada vez que levantaba su pata izquierda, y cuando ya iba decidido a morder un humano y morir de rabia, oyó la riza de sus compañeros. Pensó que era por él la riza y caminó un poco más lento. Oyó como se burlaban...” Mira el Pastorsito este, tan grande y todavía tiene que agacharse para mear, jau, jau, jau, jau”   En medio del grupo había un Pastor Alemán recién mudado que para mear tenía que agacharse. A su alrededor estaban Zeus y Connan riendo por el colmillo desde su altura y a su lado estaban Loqui y Yonny. Más alejadas estaban las perritas del barrio que siempre andan a la búsqueda de un hueso nuevo, ellas, las que siempre reían de los chistes de los perros de alcurnia y le enseñaban los dientes a Arnold solo por el hecho de ser zurdo.   Arnold sintió como se divertían con el Pastor igual que lo hicieron con él desde que tenía un año. “Míralo, si es más infeliz que Arnold, aquel por lo menos levanta la pata izquierda y este ni siquiera eso, jau, jau, jau, jau,..”   Después que oyó eso Arnold se quitó de su cabeza peluda la idea de suicidarse, se dio cuenta de que siempre hay alguien peor que uno mismo y también siempre hay perros que tienen poco seso y se dedican a reírse de los que son diferentes a ellos. Total, así somos los perros.

 

Imaginación infantil

Imaginación infantil

Había una vez un niño de madera que se llamaba Pinocho… 

…Pinocho se sienta a hablar con su padre-creador Yepeto y le cuenta cómo le fue el día en la escuela. Por sobre su hombro, escondido en un anaquel, se ve el pequeño sombrero de Pepe Grillo que escucha todo el cuento. Cada vez que Pinocho dice una mentira Pepe Grillo se mueve incómodo en el dedal que usa de asiento…

…entonces el lobo se escondió en la mata que estaba más cerca del camino del bosque y esperó a que pasara por allí Caperucita Roja. Desde unos minutos antes la seguía con la vista pero se mantenía alejado del camino. Lo asustaba un poco el recuerdo del leñador y su hacha tajadora de árboles centenarios. Caperucita caminaba distraída con las flores y los pájaros que llenaban la floresta de colores y música. La Abuelita esperaba en su casa del bosque por la sopa que mandaba su mamá pero la niña ya lo había olvidado. Igual olvidó la advertencia de su madre: “Recuerda, mi niña linda, no cojas por el camino del bosque. Ve a la casa de la Abuela por el otro camino; por allí las flores huelen mejor y las aves son las lindas”. Pero la muchachita inquieta se dio cuenta de que su mamá no decía la verdad. En ese camino todo era colores llamativos y trinos armoniosos, como el del pajarito negro y rojo que está posado en la rama más baja de aquel árbol al borde del camino, justo donde hay una sombra que parece un perro durmiendo…

La Cenicienta corre y corre por las escaleras antes que el hechizo se deshaga. Sin darse cuenta un zapato se le cae en un escalón y queda allí como única prueba de su estancia en la fiesta del Príncipe. Monta en el carruaje de prisa y los ratones-caballos emprenden la marcha presurosos. El Príncipe llega tarde y solo ve la aurora blanca que deja el carruaje a su paso…  

- ¡Pero niña! ¿Qué estás haciendo con esa tijera y los libros que te regalé?

-    Nada mami, estoy escribiendo un cuento.

-    ¡Pero si tú no sabes escribir!

-     No importa mami, yo corto las páginas con las figuras bonitas y las voy pegando aquí…

-    Eso está muy lindo, pero ¿cómo tú sabes que una página se relaciona con la otra?

-    Fácil mami, ¡Con imaginación!

Entonces la madre se queda callada y se sienta junto a la hija a aprender un poco de la imaginación infantil que no creyó encontrar en una niña de cinco años. 

Un poco más arriba de la imaginación de la niña y la madre se ven unos dedos inquietos que se mueven sobre un teclado. En su mente ha visto con agrado el cuento de la pequeña. Una puerta tras él se abre y entra su hija caminando en puntillas de pie.

-     ¡Papi! ¿Te asusté, verdad?

-     ¡ja, ja, ja!, no mi princesa…

-     ¿qué haces, papi?

-     Nada, una historia que se me ocurrió.

-     ¿y ya la terminaste?

-     No, todavía me falta una cosa.

-    Entonces apúrate que dice mami que ya la comida está.

-   Espérate un momento, que ya termino.

 … y la madre y la niña fueron felices y siguieron escribiendo cuentos infantiles. Punto final.