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Letra Nueva

La economía y la política mexicana de fin de siglo: ¿TLC ayer … y hoy qué?

La economía y la política mexicana de fin de siglo: ¿TLC ayer … y hoy qué?

El fin de siglo no trajo el Mesías a las tierras mexicanas y le hacía ¡mucha falta! “multiplicar los panes y los peces” para poder sobrevivir. Su economía en decadencia confunde a muchos incautos con los espejismos del “libre comercio” en estos últimos años porque son pocos los que ven la realidad tras la ilusión.

Pero estas dificultades económicas, y sus consecuencias políticas, no son las primeras ni tampoco serán las últimas. Esas dificultades están muy condicionadas por la “amistad sin intereses” con el vecino del Norte.

José Martí a finales del siglo XIX describió la dependencia existente entre la industria mexicana y las necesidades materiales de los Estados Unidos y el peligro de ser arrastrados por el poderoso inversor en una caída del mercado. Esas necesidades vistas por Martí se agravan en estos momentos.

Desde la puesta en práctica del Tratado de Libre Comercio Norteamericano (TLC), firmado por el presidente mexicano Salinas de Gortari, su homólogo estadounidense George Bush, y el primer ministro canadiense, Brian Mulroney, el primero de enero de 1994, la dependencia es superior. En estos momentos México proporciona materias primas y mano de obra barata a los vecinos del Norte, para más tarde comprarle los productos terminados a elevados precios. Esto ha provocado una fluctuación en la economía azteca, como la de su poderoso aliado, mientras la plusvalía americana aumenta.

El producto interior bruto (PIB) de México aumentó en cerca del 6,5% anual durante el periodo de 1965 a 1980, pero sólo creció en un 0,5% anual de 1980 a 1988. En el periodo 1990-1999 (desde el 94 mantiene fronteras comerciales abiertas con Estados Unidos y Canadá) este incremento supuso el 2,74%. En la etapa 2000-2005 el crecimiento promedio solo llegó con grandes dificultades a los 2 puntos porcentuales y el índice de aceleración económica diminuyó también.

Los bajos precios del petróleo, el incremento de la inflación, la deuda externa y el empeoramiento del déficit presupuestario exacerbaron los problemas económicos de la nación desde mediados a década de 1980; no obstante, el panorama económico mejoró ligeramente al inicio de la década de 1990. En 1999 el PIB se estimó en 483.737 millones de dólares, lo que suponía un ingreso per cápita de 5.010 dólares, aunque casi la mitad de esa cifra pertenece a accionistas extranjeros. Eso fue en 1999; hoy la parte extranjera es mucho mayor.

 La realidad es más cruda de lo expresado esas cifras. Desde el ascenso al poder del presidente Vicente Fox han crecido los problemas económicos aztecas. Cada vez son menos las empresas mexicanas con capital mayoritario asentadas en la tierra de Juárez. El nivel de vida de los trabajadores desciende en picada a límites de miseria y la emigración al norte llega a cifras astronómicas.

Las condiciones económicas en México también dependen mucho de las medidas impuestas por los organismos internacionales y estos exigen a la vez medidas políticas para proteger la débil economía azteca.

Con los fatídicos actos del 11 de Noviembre los mexicanos también salen perjudicados. Ahora su socio comercial exige el derecho de hacer exigencias a los mexicanos, que van desde la inmunidad para sus operativos de la DEA en suelo azteca, hasta la militarización de la línea fronteriza.

En lo económico también sienten las consecuencias; las empresas mexicanas no pueden competir con sus homólogas norteñas  porque estas reciben diferentes subsidios por concepto de bancarrota o riesgo país. De esta forma el “libre comercio” queda solo en papeles. Los trabajadores mexicanos siguen cruzando a diario la frontera para laborar como precaristas y mano de obra barata, rayana a la esclavitud. Otros, más drásticos, optan por la ruta del Río Bravo y buscan residencia ilegal permanente en el Gigante del Norte, engañados por el sueño americano. Huyen de su patria, ajada por la miseria y el desgobierno.

En los últimos meses los mexicanos ven como la política y la economía colapsan. Un muro de cientos de kilómetros de largo sirve ahora de división con la tierra del sueño americano. Varios meses duraron los conflictos en Oaxaca para deponer al Gobernador corrupto Ulises Ruiz y por si fuera poco, durante un tiempo tuvieron dos presidentes: uno sin cartera pero elegido por el pueblo y otro con poder constitucional pero elegido solo por la oligarquía azteca.

Ahora los grandes productores exigen al Gobierno seguridad para invertir. En los días en que asumió el poder en nuevo presidente, Felipe Calderón, tuvo que cruzar por la puerta trasera para poder recibir la banda presidencial de manos del Presidente saliente porque el Senado estaba ocupado por los seguidores de Andrés Manuel López Obrador.  Y como parte de su mandato mantiene las tropas federales enviadas por su antecesor a Oaxaca.

 A la salida del Gobierno del zorro Fox, con su compañía de calzado sobrevalorada, la economía no muestra signos de vida saludables. Aunque sus planes cuando asumió la jefatura de la patria de Pancho Villa era aumentar crecimiento del PIB un 5 %, no llegó a la mitad. En lo social no podemos hablar de mejoría porque el TLC solo significa medidas económicas (y también políticas, aunque no esté plasmado en los acuerdos). En lo político se encuentran en un atolladero con el conflicto de Chiapas y la falta de representatividad en el Gobierno Federal.

Con los nuevos aires en la Plaza del Zócalo los aztecas esperan cambios, pero todavía no ven si son para bien o para mal, aunque el pueblo sí tiene sus sospechas. La Administración de Calderón, apoyada por los grandes empresarios, expone un plan económico encaminado a ayudar a los magnates y olvidar a la pequeña industria. Lo social ni siquiera estuvo en su campaña presidencial ni está en su plataforma programática como mandatario, aunque en su recorrido por los Estados más pobres ha lanzado la Estrategia para el Desarrollo Integral y Económico Municipal, con la intención de solucionar los problemas más apremiantes de la clase media y baja.

El Presidente de la Convención Democrática, López Obrador, trata de ver un poco más allá de sus narices y vislumbra el peligro creciente del TLC. Las numerosas organizaciones políticas que lo siguen desde su campaña presidencial ven en este la posibilidad de un auge económico lento pero seguro, estabilidad política y mejoría para la gran masa poblacional de México.

Después de una segunda vuelta de elecciones, la suerte (entiéndase stablishment norteamericano) quiso que resultara vencedor  su contrincante. Aun así muchos Gobernadores y políticos destacados lo recibieron con honores de Presidente. El pueblo, sin importarle mucho la opinión americana, sí lo considera mandatario y se ve reflejado en sus demandas y orientaciones, aunque estas no tengan fuerza legal. A ellos les basta con su fuerza moral.

López Obrador le criticó a su ex-oponente que haya lanzado varios planes sociales como copia exacta de los utilizados por él en su campaña presidencial y lo acusa de represor por mantener las fuerzas federales ocupando Oaxaca.

En medio de los vaivenes de la economía y la política los mexicanos crecen en un país lleno de riquezas ajenas, se alimentan de las ilusiones del TLC y mantienen los sueños de ser algún día dueños de su tierra, su economía y su destino, aunque estos sueños ahora parezcan pesadillas.

 

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